El arte como redención

“El ser cósmico puede considerarse como la imagen del universo que debe ser develada. Se halla envuelta en nuestro inconsciente, si es que no es el inconsciente mismo, mientras que el ser fenoménico ocupa la conciencia; posee infinitas potencialidades mientras que la conciencia es limitada; y sólo el inconsciente provee los medios para alcanzar el verdadero ser. El ser cósmico abarca toda nuestra existencia, mientras que el ser fenoménico constituye sólo una parte de ésta. El ser fenoménico nos ha separado de nuestro origen, aquel de la unión con toda la vida. Habiendo tomado conciencia de esta separación, sólo podemos vivir plenamente si vaciamos nuestra conciencia, haciendo surgir el inconsciente y logrando así una percepción interior de nuestra existencia como un todo- viviendo en un estado de completa conciencia- ”.[1]

Tomemos como referencia este ser cósmico del que habla Rumi, que surge desvelado por nuestro inconsciente para ampliar la conciencia, para hacer conscientes aspectos y potenciales hasta entonces ocultos o fuera de nuestro alcance cotidiano, de nuestro ser fenoménico.

Tomemos el arte como una herramienta que el ser fenoménico tiene a su disposición para desencadenar o hacer surgir posibilidades-experiencias-procesos inconscientes que nos puedan traer a nuestro saber consciente percepciones nuevas, haciendo que el ser cósmico gane terreno en nuestra sabiduría interior.

Esto supondría un arte para la vida, en función de una ética, para un crecimiento y expansión de nuestra condición humana, para un desarrollo del ser que de esta forma recorre diversas etapas de conocimiento, de saber de sí y, en consecuencia, también del otro y con el otro,  al compartir naturaleza humana y el territorio Tierra.

La primera función de la conciencia humana, nos dice Nicholas Humphrey, “ fue y sigue siendo, permitir a cada persona entender lo que se siente al ser un ser humano y, de esta manera, comprenderse a sí mismo y a los demás desde dentro ”[2]

Comprenderse adentro para saberse y rehacerse en un fluir permanente, continuo, mostrando el resultado de este viaje, es una de los potenciales que el arte puede llegar a abordar. La experiencia de este viaje, transforma en fenómeno visible lo que antes no podíamos captar. La experiencia del arte atrapa y da fisicidad a aquello que se esconde en nuestro inconsciente, redimiéndonos de la ceguera y las penumbras que habíamos transitado hasta entonces.

¿Se convierte así el arte en un fenómeno de iluminación? Es así en cuanto que pone consciencia en nuestro saber, nos muestra nuestra condición humana, a la vez que nuestra condición divina, la de crear, la de transformarnos, la de hacer surgir o resurgir dimensiones nuevas que nos aporten una mirada inédita del mundo y su naturaleza, y la posibilidad de recorrer territorios alejados de lo que hasta entonces considerábamos como usual o cotidiano.  A través del arte y del proceso creador nos damos cuenta de que nos estamos dando cuenta y esto hace que la experiencia se convierta en saber. Este saber se incorpora en nuestra existencia ampliándola y abriendo nuestra visión interior, nuestra capacidad introspectiva, nuestra percepción del mundo así como la de nosotros mismos.

El arte es un medio privilegiado para producir la novedad, renovar nuestra atención, introducir una disonancia, que como dice el científico Adam Atkin[3], es lo que provoca o introduce una situación de alerta y atención, haciendo que rompamos la inercia o consonancia continuadas con que percibimos la realidad. El hábito que produce una manera constante de vivir o percibir hace que nuestra atención se retire adoptando automatismos y mecanismos rutinarios que no cuestionan ni interrogan sino asumen sumisamente la realidad, dando por válido lo que se nos ofrece repetidamente. Es la novedad, la renovación de nuestra atención la que nos reconduce hacia un estado de alerta y atención, conectando procesos internos de saber que estimulan también nuestro modo de percibir. El arte nos ofrece una vía de creación de disonancias para renovar nuestra atención, nuestra visión, nuestra conciencia y saber terráqueo-cósmica/humana-divina.

Esta vía conecta con nuestro saber inconsciente precisamente para traer a la consciencia, a través de un viaje donde se materializa y visibiliza una realidad nueva, una nueva posibilidad de enfrentarse a nuestra condición humana. El inconsciente, abarcado por nuestra mirada interior, puede convertirse en un potencial en el proceso creativo, para provocar el afloramiento de lo no habitual, con el fin de lograr hacernos con la vivencia de un proceso creativo capaz de generar nuevos resultados, que posteriormente pueden reelaborarse y desarrollarse a su vez. Inconsciente entendido como conexión con nuevas percepciones y saberes no asumidos por nuestro yo habitual, extraídos directamente de nuestro ser cósmico.

Este ser cósmico esconde una sabiduría inusitada, sorprendente, que puede llegar a conectarse con nosotros si logramos vaciarnos y silenciar el exceso de ruidos y prejuicios que nos atan y conducen habitualmente.

Existen diversas actitudes artísticas que adoptarían este modo de funcionar. Me interesan sobre todo las que implican al espectador en esta toma de consciencia interior, en esta redención, donde a modo de espejo lo que el artista refleja de sí mismo  y de cómo percibe o concibe el mundo, mediante una obra, puede resonar a su vez sobre el mismo interior del ser/espectador para a su vez confluir reconstruyendo una nueva realidad, colectiva y socialmente más creativa y justa. Finalmente lo interesante es la superación, la reconstrucción, la atención despierta a algún conflicto, sea este interior al ser humano o contextual.

Podemos hablar de varias vías de trabajo dentro de este contexto de conocimiento redentor: una vía es el uso del arte con fines terapéuticos propugnando la implicación en programas de inclusión y participación social.

Otra vía es la que optan artistas que ponen en escena obras o acciones con voluntad de ser medios de comunicación entre realidades distintas. El artista pretende transformar la conciencia de los espectadores, en ocasiones provocar una catarsis, desatar emociones, provocar una nueva mirada  sobre un conflicto, sea este intrínseco al ser humano, político o social. Así el artista se convierte en una especie de curandero, chamán, trabajador social, catalizador activo de las relaciones sociales o se dedica a la terapia creativa.

Como dice Rosa Martínez “Hoy es necesario fomentar nuevas relaciones de deseo, establecer transferencias con personas, objetos o sistemas simbólicos que permitan que se genere esa "plasticidad transferencial" que nos ayude a curarnos y a sanar el mundo en el que vivimos. Hemos de permitir que el arte ocupe otros lugares y que a veces sea un mediador tan cálido, tan crítico o tan doloroso como un/a asistente social[4].

Es necesario potenciar un arte que fomente nuevas relaciones simbólicas, nuevas transferencias, un arte que ayude a redimir y sanar el mundo en el que vivimos, ocupando nuevos lugares, espacios, generando nuevos territorios, cálidos, críticos, regeneradores y estimuladores de una nueva y mejor forma de vivir y coexistir.

Loreto Blanco Salgueiro, 2014. Artículo en el Catálogo En este universo: Un rumor simultáneo. Ed. Centro de Memoria Vila Do Conde, Portugal. ISBN: 978-972-9453-98-4


[1]  REZA ARASTEH, A: “Rumi, el persa, el sufi” (1999), ed.Paidós, Barcelona, pág54

[2]  HUMPHREY, Nicholas: “La mirada interior” (1993), Alianza ed., Madrid, pág. 11

[3]  ATKIN, Adam: Conscious Beyond Mechanism. Manuscrito inédito para la presentación de póster en la conferencia, "Toward a Scientific Basis for Consciousness", Tucson, Arizona, de abril de 1994, (consulta: 11/02/2014) URL: http://www.oocities.org/ohcop/atkin.html

[4]  MARTÍNEZ, Rosa: “Buscando otros lugares: El arte como asistencia social”, (2000), Revista Archipiélago nº 41 “De la muerte del arte y otras artes”.